lunes, 11 de abril de 2011

capítulo 112: Teo descubre el verdadero secreto de Monkey Island

Un fresco día de invierno Teo amaneció obsesionado con clasificar a todas las personas que conocía según la onda que llevaba cada cual.  Nos empezó a etiquetar y rotular a todos, comenzó a armar como grupos o carpetas (no se bien como lo llamaba) y luego subgrupos y nuevas categorías.  Continuó diciendo que la las relaciones interpersonales eran ´un flipe´, y que pensaba “manipular a todos como marionetas”.
“Quiero vivir bien, pero transgredo!” le gritó ese mismo día a su psicoanalísta.
Repetía sistemáticamente que podía manejar las “mentes primates” de todos nosotros para que hiciéramos “lo que él quisiera”.  Básicamente atravezaba un claro brote psicótico con algo de delirio de grandeza.  Se creía Dios el pobrecillo.
Pese a los intentos de sus padres por frenar esta locura, él continuó desarrollando su teoría a fondo.  La enfocó en el vocabulario, se centró en las construcciones del habla cotidiano ya que, según decía, “allí transita ´la papa´ de las relaciones”.
Comenzó a tener respuestas “pre-fabricadas” para cada linea de conversación que uno le tirarara, cada diálogo que se le proponía era una construcción que él ya tenía en la cabeza.  Eso sí, se repetía un montón.  Su sistema funcionaba más o menos de la siguiente manera:
Supongamos que un interlocutor dice algo, este algo no pude ser más que A, B o C.  Cuando mucho D.  Nunca nadie se sale de allí, asume Teo.  Entonces para cada una de esas opciones crea respuestas pre-establecidas, como 1, 2, 3 o 4 respectivamente, para continuar con el ejemplo.  Luego, las conversaciones se traman por distintos caminos, pero estos también son clasificables (siempre según él), como por ejemplo Z, X, Y o W.  Entonces crea un complejo enramado tipo arbol en una cartulina amarilla, con dialagos, formas de diálogos, globitos y flechas… no se, un disparate… y todo para ser el campeón de la retórica…
Desapareció por 2 o 3 semanas (capítulos 113 y 114) y cuando regresó tenía una camiseta puesta con la inscripción “Yo vencí a la SwordMaster de Melée Island”.  Cuando lo volví a ver me dijo que se pensaba alquilar una casa en el Tigre con amigos (“el VietCom Argentino” lo llamó él), y practicar el arte de la generala servida toda la vida.

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