miércoles, 10 de agosto de 2011

capítulo 44: Teo viaja a Marruecos

Teo despertó en el medio de la noche, amputado de su viaje onírico.  Dormía a la intemperie, y fue por ello que lo primero que aparció delante de sus ojos fue la Vía Láctea aullando eternidad.  Llevaba dormido poco tiempo, a pesar de no estar del todo seguro, podía intuirlo.  El olor de la noche en el desierto dice muchas cosas.  El motivo por el cual había despertado era el incesante latir de aquellos tambores que ya habían comenzado con su sístole y diástole antes de que él cayera rendido extenuado, finalizando un arduo y caluroso día de verano en el Sahara.  Los percusionistas eran los guías bereberes, quienes se festejaban en gran banquete de tabaco, té de menta y hachis, mientras baialaban y entonaban monocordes melodías en la ultima noche antes de comenzar con el mes de ramadán.
Cuando Teo despertó experimentó por unos segundos esa desorientación propia de quién acaba de escapar de un sueño de manera repentina y se encuentra en un lugar nuevo, desconocido: no tenía la más pálida idea de donde estaba ni porqué.  La ausencia circunstancial del sentido de orientación mermó por completo en cuanto divisó a la prehistórica figura de uno de los dromedarios de la caravana, el cual era conducido hasta el sector donde eran alimentados de a uno por vez.
El andar de estos animales lo había cautivado desde el principio, al verlos por vez primera el día anterior.  Enormes figuras que se erguían en dos tiempos, con un caminar propio de seres extraterrestres y un andar anacrónico.      
Teo pensó en “Las guerras de las galaxias”, no recordaba si había en la saga algo parecido a un camélido, pero le parecía que eso tenía mucho sentido.  Luego la idea lo condjujo hacia una reflexión sobre qué animales llevaría a otros planetas como para comenzar una nueva ´tierra´ (por supuesto en el marco de la fantasía, era consciente de lo ridículo de todo, pero le apetecía pensarlo).  Se dijo a sí mismo que el perro y el delfín eran los más inteligentes, y los más amigos del hombre, eso es lo que siempre había escuchado o leído (sobre el perro era fácil afirmarlo, y por el otro lado frases tales como “el delfín es el labrador del agua”,o “se reconocen a sí mismos en el espejo, y tienen sexo por placer” avalaban la posibilidad del cetáceo), y por lo tanto serían estas las primeras especies
Esto a su vez le disparó la mente metíendole en la cabeza la idea de tener un defín y domesticarlo. Se imaginaba paseándolo con una correa, en actitud completamente excéntrica arrastrándolo por la calle, o pidiendo vasos con agua en los sitios a los que acudiría, para ir humectando al animal cada tanto.  Incluso se graficó al delfín en el livng de su casa, en una pecera pequeña, todo apretado, o si no en la bañera del baño. 
La idea de domesticar un delfín le hizo reír en voz alta.  Nadie lo notó, por suerte.
Había sido el avistaje del dromedario lo que le permitió recordar donde se encontraba. En cuanto al "por qué", eso sí que continuaba difuso.  Incluso, es más, eso es algo que nunca había tenido claro, y nuncá jamás lo tendría después de aquel día.
Lo que sí recordó fue que no estaba solo allí, lo acompañaba en esta aventura africana su pareja estable.  Miró hacia el costado y allí estaba ella, complacida, hermosamente empapada por la luz que reflectaban los atros, soñando.
Él la acarició un poco, en el rostro primero, y luego en la cintura, con la clara intención de despertarla.  Lo hacía con alevosía, y ella reaccionó, entreabriendo sus ojos.  Entonces quitandole la vista de encima y reflexionando con la mirada puesta en el espacio, con una voz suave pero clara le dijo : Te amo.